De la realidad y la ensoñación
Al hilo de su libro “El arte de los sueños”, galardonado con el premio “Paul Beckett” en el año 2004, conocí la poesía de Mariano Altemir (1933). Ya entonces, me sorprendió su fluidez verbal y la precisión de su rítmo. De aquel conjunto, recuerdo unos versos que bien le servirían como poética: “Coge tu luz y alumbra/ tu camino imposible/ aunque nunca lo encuentres./ Después insiste y busca/ por donde te perdiste/ aunque jamás regreses”.
Ahora, con ese mismo y renovado anhelo de antaño, ve la luz “Regiones abandonadas de mi vida” (ArsPoetica. Oviedo, 2019), un doble poemario, pues además del citado, incluye “Trozos de amor eterno”.
A Mariano Altemir la poesía le surge como una manera de responderse a las incógnitas del ser humano, como una forma de desasirse del silencio del creador y bordear con su palabra las esquinas de la vida. Desde su soledad va desgranado la incierta apuesta que signa la existencia y su voz se torna desahogo, conciencia íntima: “Hoy no puedo deciros/ si soy barro o soy hombre,/ sólo soy una estatua/ que refleja sus moldes (…) Hoy no encuentro caminos/ para escribir mi nombre”.
Al girar la rueda del tiempo, al pretender aprehender los años ya vividos, el sujeto líricono quiere caer en la tentación de construir un ámbito tan idílico que derive en irreal. Pero, en cierta manera, su verdad sí quisiera ser ensoñación. De ahí, que para extendercuánto resta por llegar, el poeta pretenda multiplicar los momentos álgidosy se afane en regresar a la dicha del ayer: “Construía su vida/ con pedazos de sueños,/ esculpidos a golpe/ de versos y más versos./ Sólo cuando uno es niño/ los sueños viven tanto”.
El autor oscense va dejando en cada verso la herencia de su mundo: el reclamo de sus huellas, las horas que fueron espejismos, las banderas de su futuro olvido… Y lo hace, mediante una dicción vibrante y sostenida, que se arracima al par de un mensaje pleno de pura poesía.