Entrevista a Alejandro López Pomares
Un poemario en el que la nostalgia se conforma en vaho que conjura el verso, verso cincelado con el cuidado de un orfebre. Así Alejandro López Pomares (Orihuela, 1983) en su poemario La soledad tras el ruido de fondo (Ars Poética), con prólogo José Luis Zerón.
¿De qué está hecho el silencio?
El silencio es tiempo percibido, consciente, mucho más que la simple ausencia de sonido. De hecho, he llegado a él por dos extremos casi opuestos. Igual estando apoyado en esa ventana que da al río en la lentitud de la noche, atravesada por las luces rojas de un coche y el fluir constante de las aguas, donde los minutos se hacen palpables, que tras el impulso de bajar a la calle y andar a empujones entre la gente, entre la violencia de los pitidos, las luces, los escaparates con sus mensajes masivos, una moto que arranca, teléfonos sonando en cada bolsillo. Y te detienes. Son dos situaciones que pueden provocar un mismo estado, la percepción del instante, del silencio.
El poema, ¿se escribe desde la nostalgia o desde el acicate del deseo?
Yo creo que desde ese silencio puedes llegar a advertir pequeñas roturas en el discurso de la vida. Pero pienso que ocurre de forma espontánea. Rara vez he escrito un poema por intención, aparece en un metro cuadrado de acera y casi siempre lo apuntas o lo olvidas. Ahora bien, si tengo que elegir un impulso poderoso sobre el otro, sin duda es la nostalgia.
"...sólo abrazado a las ruinas se siente parte de este olvido". ¿Qué enseñan las ruinas al poeta?
Las ruinas enseñan un posible final del camino, una especie de visión futura desde el presente. Nos muestran el esqueleto en decadencia y por eso creo que despiertan tantas sensaciones.