Intimismo y corporeidad en el nuevo poemario de Ada Soriano
Alteridades, cuerpo, carnalidad, animales, la noche y las heridas se convierten en un recurrente imaginario que, en la poesía de Ada Soriano, bascula entre la fecundidad y la aflicción, como si lo fructífero, lo prolífico, la belleza, por ejemplo, residieran en la revisión de las experiencias como efecto o síntoma sobre la memoria y el sueño: “ Soy consciente de mis viajes, los destellos que siembro en una zanja por donde el agua fluye y crecen flores” (pág. 42). Línea continua acude a la desilusión que actúa como estímulo de los estragos que quedan en la piel, sobre la carne, hirvientes, consecuencia de todo lo vivido sin ambiciones de prosperidad o asombro: “Y me vi palpando el anochecer con las palmas de mis manos. Y me sentí turbada mirando con ojos de Cenicienta, mirándome en mi vestido de gala. Una diadema para la novia que cruza el puente en carroza, dos caballos al paso y zapatos nuevos y confortables, como anillo al dedo.” (pág. 48).
Hay siempre en la poesía de Ada Soriano ese continuo redescubrimiento de las sensaciones como horizonte de exploración poética frente al desasosiego que la contingencia produce, como si la creadora hubiera desistido de buscar el asombro en los referentes que los sentidos aprehenden para buscarlo en la soledad que conlleva el duelo de vivir, de sencillamente vivir: “Soy una alpinista, una peregrina a la deriva confluyendo en el declive de una pendiente. Un cirio en una mano, la otra amarrada a la cuerda. Cada espacio que piso es un acierto o una torpeza que se estanca en algún lugar de la memoria” (pág. 37).