“La tierra y el cielo”: la ascesis inversa de José Manuel Ramón
José Manuel Ramón se instala en la coordenada temporal y espacial esbozada por Veyrat en su prólogo y comienza su primer poema con una onomatopeya que se repite hasta tres veces: «ploc / ploc ploc». Una antigua polémica —ya resuelta— que se remonta a finales del siglo XIX apuntaba que una hipótesis para averiguar la naturaleza de las primeras palabras pronunciadas por el ser humano era la de considerar su base onomatopéyica (teoría del guau-guau), es decir, el ser humano comenzó a hablar imitando los ruidos de la naturaleza. Por eso, comenzar el poemario con la representación de un sonido no es baladí. Llegados a este punto, observamos que los poemas carecen de títulos, o debería decir, el único macropoema que se constituye libro carece de título, ya que el poeta prescinde del punto y de la coma, prescinde del uso de las mayúsculas y los versos, formando estrofas pero libres de patrones métricos y servidumbres espaciales, se esparcen sobre la hoja de manera aparentemente aleatoria. El autor prescinde hasta del guion que aparece al final de algunos renglones para indicar que una palabra ha sido fragmentada. Se intuye en todo el libro un carácter experimental en la morfología, es palpable una aspiración de búsqueda creativa que expone su máxima tensión en el lenguaje.
Ya en la primera estrofa queda confirmada la tesis de Veyrat, ya que el poeta menciona una honda voz, el silencio y el influjo de un mantra antiguo que parece invocar al pensamiento. Asistimos, por tanto, a la representación lírica de un posible origen del lenguaje y del pensamiento, al prístino bautismo del fuego de la palabra, un decir salmódico que apertura la consciencia y condena al mismo tiempo a las consecuencias de su insuficiencia y su mentira: «el ser / transita la tierra / ajeno a su estado de héroe renacido / e ignora el decurso de la sangre».