Una antología reveladora
A veces nos complicamos al leer un libro en el exceso de sobreinterpretación. Decimos cosas entre el archilector de Riffaterre y el lector modelo o modélico de Umberto Eco, cuando en realidad existe en lo fundamental el de Pedro Salinas, con sus defectos y virtudes.
Con los libros honrados pasa lo mismo, hablan claro, pero no necesitan oscurecerse para parecer más, ni padecen patologías en un querer ser pretencioso. No lo necesitan porque se han atendido, porque son sabios y conocedores de las máximas de Rilke que propiciaban esa mirada atenta a lo fundamental, es decir a la plenitud y al recoveco de uno mismo como raíz del canto no impostado. A la poesía reflexiva, pero no filosófica, entomóloga del yo en sus bretes. Juan Ramón Jiménez hizo el elogio de la precisión y del recuerdo exacto como venero y origen del canto. Esa es precisamente la fuente castalia de Jorge de Arco, la melancólica y la del entusiasmo (la de la felicidad), cuando llega y le posee bajo el peso del dios de amor. Todo en él se hace desde ahí madurez y unidad o salvación en el amor, pero otras elegía, orfandad, melancolía y soledad (cuántas veces) o sentimiento del tiempo. Nunca cae en la desolación, en esa ciclotimia atada a la vida, recogida en esta poesía de línea clara siempre, eterna y modernamente clásica.
En cualquier caso, los conflictos interiores, de la memoria y los gozos, no se trasforman en un nuevo decir generacional, sino en un acendramiento de la tradición, pulcra y atenta al buen decir, al saber decir,. Que nadie espere cuanto se ha llamado poética del malestar y de la elipsis, de la sospecha o de la duda, pespunte e impresión, sugerencia y hermetismo como reacción. Esa es una generación o promoción que le roza solo por edad, y a la que no se suma Jorge de Arco, a pesar de sus hondas caídas en los cristos del alma, como César Vallejo, pero que torea sin crispación.
Su canto bebe de una fuente donde no habita la ironía y la insurgencia, el pastiche y collage en búsqueda de la elipsis y el recorte, el desconcierto o el alambre intransitivo del funambulista como fórmula esa nueva experiencia del lenguaje generacional… Poco de ello existe en Jorge de Arco, visto y sobre todo revisitado en esta antología, como escribía el genio solitario y enloquecido de Fernando Pessoa.
Con todos esos palos llegan estas Huellas, este ramillete de textos escritos entre 1996 y 2017. Todo su buen hacer, muy escogido (tan solo treinta siete poemas), de una trayectoria que cuenta con ocho libros en sentido estricto, de un poeta al que le hacía falta ya la reunión de todo lo disperso. Ya se sabe que lo selecto llega en pequeñas dosis, y así parece haberlo entendido el poeta.